DONOSTIA
Todos los prejuicios que uno pudiera tener sobre Euskadi se disipan con una caminata por Donostia, de esas en las que paladeas el ambiente y tienes ojos para todas las esquinas. Y es que, por mucho espíritu crítico que uno crea atesorar, a la hora de la verdad somos permeables a toda la (des)información que nos rodea, así que viene bien dejarse caer de vez en cuando por otras perspectivas y descubrir la realidad, poco a poco, por uno mismo.
Donostia es una ciudad abierta, dinámica, cosmopolita y en la que hay una historia a mano para cada rincón. Cada callejuela, paseo o senda de los montes del entorno tiene las entra?as al aire, invitándote a compartir con la ciudad su devenir, en lo bueno y en lo malo. Te ense?a su rostro impecable, Ondarreta y La Concha, que evoca un tiempo detenido en los felices a?os 20 –para quienes lo fueran-, y pervive enlazada a todo el misticismo de una historia encogida en los montes del entorno, de nombres que suenan a bíblico o a gótico (Urgul e Igueldo). La indeleble huella del mar, que forja caracteres y paciencias, también late con ese timbre de las cosas que, contra toda lógica, subsisten.
Se nota, además, que Donostia sabe a dónde va. Aunque sea un puzzle de barrios, cada uno con su identidad, fluye por la ciudad un único espíritu libre y cívico, llevado en volandas por el común de los donostiarras, que aprecian quienes son y por qué lo son, y que albergan esa marca imborrable que se?ala a quien quiere ganar el futuro. Una ciudad viva, en definitiva, hermosa, que desea la paz.
En este deleite del viaje –cosa que teme el sistema, pronto se prohibirán- es en el que algunos, acertadamente, encuentran eso que llaman felicidad.
Donostia es una ciudad abierta, dinámica, cosmopolita y en la que hay una historia a mano para cada rincón. Cada callejuela, paseo o senda de los montes del entorno tiene las entra?as al aire, invitándote a compartir con la ciudad su devenir, en lo bueno y en lo malo. Te ense?a su rostro impecable, Ondarreta y La Concha, que evoca un tiempo detenido en los felices a?os 20 –para quienes lo fueran-, y pervive enlazada a todo el misticismo de una historia encogida en los montes del entorno, de nombres que suenan a bíblico o a gótico (Urgul e Igueldo). La indeleble huella del mar, que forja caracteres y paciencias, también late con ese timbre de las cosas que, contra toda lógica, subsisten.
Se nota, además, que Donostia sabe a dónde va. Aunque sea un puzzle de barrios, cada uno con su identidad, fluye por la ciudad un único espíritu libre y cívico, llevado en volandas por el común de los donostiarras, que aprecian quienes son y por qué lo son, y que albergan esa marca imborrable que se?ala a quien quiere ganar el futuro. Una ciudad viva, en definitiva, hermosa, que desea la paz.
En este deleite del viaje –cosa que teme el sistema, pronto se prohibirán- es en el que algunos, acertadamente, encuentran eso que llaman felicidad.
Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 9 de enero de 2004.
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