YO COMPRÉ 12
Dice Taibo, el motorín que dirige la Semana Negra, que este a?o superaron los 41.000 libros vendidos en el evento. No se cuentan los bocadillos de calamares ni las raciones del pulpo. Seguro que son más, pero aún así eso no desluce –por mucho que le fastidie a la gente de orden de Gijón- el festival del exceso y el dulce derroche que supone la Semana Negra.
El caso es que se cuentan los libros que se colocan a alelados transeúntes, curiosos y algún que otro apasionado que es capaz de atravesar la marea humana hasta llegar a los puestos de las librerías. Esto de comprar literatura en nuestros días corre el riesgo de convertirse en la adquisición de elementos de decoración de estanterías por metros. Pero también es uno de los mejores vicios bucear entre saldos, libros demodé o colecciones que atesoraron antiguos adoradores de dogmatismos variados. Vamos, que la Semana Negra presta un rato, a pesar de las desmesuras, multitudes y las nubes aceitosas de los chiringuitos. Y que ojalá Paco Ignacio Taibo II siga empe?ado en este espectacular desatino que a?o tras a?o suma detractores al mismo tiempo que miles de fieles.
Sólo bajo esta explicación puedo justificar que traigo más libros de los que soy capaz de deglutir (soy de lectura lenta, bien rumiada, de esos que necesita horas de silencio y abstracción tan cotizadas en nuestros días). Sobre todo si las adquisiciones van desde Bobbio a Sempé pasando por el Libro Rojo –desde que escuché al Theo de So?adores y al Rémy de Las invasiones bárbaras, me picó la curiosidad-. Como penitencia, si no los leo en un a?o regreso a la Semana Negra y en vez de gastarme los cuartos en libros sólo subo a la noria y como gofres.
Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 23 de julio de 2004.
Dice Taibo, el motorín que dirige la Semana Negra, que este a?o superaron los 41.000 libros vendidos en el evento. No se cuentan los bocadillos de calamares ni las raciones del pulpo. Seguro que son más, pero aún así eso no desluce –por mucho que le fastidie a la gente de orden de Gijón- el festival del exceso y el dulce derroche que supone la Semana Negra.
El caso es que se cuentan los libros que se colocan a alelados transeúntes, curiosos y algún que otro apasionado que es capaz de atravesar la marea humana hasta llegar a los puestos de las librerías. Esto de comprar literatura en nuestros días corre el riesgo de convertirse en la adquisición de elementos de decoración de estanterías por metros. Pero también es uno de los mejores vicios bucear entre saldos, libros demodé o colecciones que atesoraron antiguos adoradores de dogmatismos variados. Vamos, que la Semana Negra presta un rato, a pesar de las desmesuras, multitudes y las nubes aceitosas de los chiringuitos. Y que ojalá Paco Ignacio Taibo II siga empe?ado en este espectacular desatino que a?o tras a?o suma detractores al mismo tiempo que miles de fieles.
Sólo bajo esta explicación puedo justificar que traigo más libros de los que soy capaz de deglutir (soy de lectura lenta, bien rumiada, de esos que necesita horas de silencio y abstracción tan cotizadas en nuestros días). Sobre todo si las adquisiciones van desde Bobbio a Sempé pasando por el Libro Rojo –desde que escuché al Theo de So?adores y al Rémy de Las invasiones bárbaras, me picó la curiosidad-. Como penitencia, si no los leo en un a?o regreso a la Semana Negra y en vez de gastarme los cuartos en libros sólo subo a la noria y como gofres.
Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 23 de julio de 2004.
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