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3.1.11

CRISIS Y SOCIALDEMOCRACIA

Como en cualquier otro proceso social, el impacto de la crisis actual sobre las estructuras políticas y económicas ha tenido que ver, entre otros factores, con la situación precedente, el grado de organización y la capacidad de influencia de los intereses en juego. En el momento en que el descontrol del sistema financiero desató una cascada de consecuencias indeseadas sobre el conjunto de la economía real, muchos de los problemas ahora agudizados se encontraban latentes (la burbuja inmobiliaria o el excesivo endeudamiento privado, por ejemplo) y eso indudablemente intensificó sus efectos. Pero en el alcance profundo de la crisis ha tenido tanta relevancia como la existencia de esas circunstancias el hecho de que los diferentes actores políticos y sociales que podrían haber cuestionado la propia dinámica del sistema encontraron su capacidad de respuesta y su propio convencimiento francamente debilitados de antemano, al haber adoptado una posición en los años de crecimiento anteriores que ha condicionado su disposición para afrontar la crisis económica con verdaderas posibilidades de propiciar un cambio de modelo. Las fuerzas políticas de izquierda moderada se encuentran, ahora, con la paradoja que supone advertir y conocer que la relativa confianza depositada en el mercado en las décadas precedentes tenía que haber sido compensada con un control público más intenso del practicado, pero que, en el contexto actual, la acelerada lógica del mercado ha roto ataduras y sobrepasado limitaciones, relegando la actuación de los Estados a una posición secundaria, dirigida prácticamente a su propia supervivencia ante la presión de fuerzas que se han demostrado superiores. De esta contradicción, del deterioro de la calidad de la vida política que viene de la mano de la crisis -favoreciendo un contexto incómodo para posturas de síntesis como las socialdemócratas- y de la tremenda sensación de debilidad de los poderes públicos, se deriva la falta de confianza y el descrédito en el que han caído muchas opciones políticas de centro-izquierda en Europa, sobrepasadas por el auge de un populismo de derechas dispuesto a buscar entre las minorías o en los sistemas de protección social a los falsos culpables de la crisis (curiosamente nunca entre los intereses que mayor responsabilidad han tenido) antes que soluciones integradoras que no dejen a una buena parte de la población en la estacada. De este modo, cuando en las posiciones progresistas más conciencia se albergaba sobre las repercusiones difícilmente asumibles de las imperfecciones del sistema de libre mercado, cuando más legitimidad se tenía para embridar a los mercados financieros y se contaba con más argumentos para recuperar un papel adecuado del sector público en la actividad económica, la agenda que se ha impuesto y a la que difícilmente se pueden sustraer gobiernos acuciados por las urgencias es precisamente la contraria, sin que las resistencias a esta involución tengan suficiente fuerza institucional y política para constituir un contrapeso o para debatir el orden del prioridades y el sentido de las reformas emprendidas.
Esta tendencia, por otra parte, no tiene necesariamente fin en una relativa estabilización económica que pueda producirse en un futuro más o menos cercano. Por un lado, porque las marejadas de la era global no son episodios pasajeros sino que están aquí para quedarse, generando un estado de apremio permanente y las tensiones que las provocan no tienen siempre, ni mucho menos, justificación objetiva, al estar sometidas a las inclinaciones de los mercados financieros, ocasionadas muchas veces por rumores interesados, información parcial, posiciones especulativas o valoraciones de credibilidad dudosa (el ejemplo de las agencias de calificación y su incidencia en esta crisis es significativo). Y, por otro lado, porque la dinámica económica actual se retroalimenta al ganar la lógica de mercado nuevas parcelas en las que desplegar su funcionamiento, frente a una insuficiente actividad de control del Estado que deja expedito el campo para convertirlas en nuevos objetos de mercado. En esta línea se inscribe la propensión a considerar servicios hasta ahora reservados a lo público como nuevos objetos susceptibles de transacción mercantil (incluso la educación, la asistencia sanitaria o las pensiones) o el profundo cuestionamiento que desde el pensamiento económico hegemónico se realiza a instituciones que ordenan y humanizan el mercado laboral (desde la negociación colectiva al salario mínimo o los seguros de desempleo), todo éllo en una apresurada espiral que conduce a un redivivo capitalismo salvaje.
En este contexto, o la socialdemocracia es capaz de encontrar sus propias respuestas ajenas a los intereses económicos dominantes y reúne tenacidad y convicción suficiente para sustraer las decisiones políticas de las presiones de las fuerzas del mercado, o lamentablemente, se diluirá arrastrada por el torrente de la crisis. Lo que está en cuestión no es sólo el futuro de un planteamiento político y moral sino los objetivos y logros de su acción: la noción de Estado Social, la consideración de la equidad como principio básico a preservar o la consideración del ciudadano desde una perspectiva integral, mucho más allá de su mera condición de productor y consumidor.

Publicado en Oviedo Diario, 18 de diciembre de 2010.

1 Comments:

Blogger jose miguel ruiz valls said...

¿En qué se diferencia una agencia de calificación de un especulador, sin más?... O dicho de otra forma ¿A quién pertenecen las agencias de calificación?

21:12

 

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