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24.9.10

REACCIONARIOS


Durante un tiempo la dirigencia de la derecha política en España tenía entre sus prioridades estratégicas recomponer su mensaje y modificar su situación en el espectro ideológico para reposicionarse en condiciones más favorables ante una opinión pública en transformación. La evolución del país en los inicios del proceso democrático requería configurar una alternativa partidaria que aspirase a resultar homologable al centro-derecha europeo de entonces y que no fuese identificada por la ciudadanía como opción autoritaria heredera del régimen dictatorial. En este contexto se enmarcó la transformación de la Alianza Popular del franquismo sociológico en el Partido Popular, la obtención por éste de parte del espacio político que en su momento ocupó la UCD y el CDS, sus victorias electorales en la década de los 90 y su configuración como el único partido que, en la práctica (en la representación institucional), abarca toda la extensión de la derecha, aunque con pretendida vocación moderada según su publicidad oficial. Al mismo tiempo, con la modernización de la España democrática evolucionaron muchos valores sociales a la par que se consolidaba un rechazo abierto a aquellos elementos que se identificaban con el modelo previo a la transición, y los principales partidos políticos no resultaron ajenos a esta propensión; el PP, que no puede presumir precisamente de haber animado este curso de acontecimientos, al menos en el pasado reciente parecía hacer esfuerzos para adaptarse razonablemente a él.
En ese entorno, en España, como en otros países democráticos, determinadas posturas netamente reacias a esa tendencia de progreso permanecieron en segundo plazo y tuvieron escaso predicamento en el juego político. La búsqueda de oportunidades y protección para los desfavorecidos, el progreso en los derechos sociales, la práctica de la tolerancia ante la diversidad, el proceso autonómico y la descentralización del poder, la promoción de los derechos de la mujer para superar las históricas desigualdades, el reconocimiento de las minorías, la adaptación del marco legal a las nuevas formas de familia, etc. son conquistas que, con diferentes intensidades y no sin dificultades, han caracterizado un amplio periodo de tiempo en nuestra historia reciente. Aunque una parte de la sociedad pudo ser escéptica o directamente contraria al ritmo y contenido de estos cambios, nunca tuvo fuerza suficiente para invertir la corriente. El PP incluso, en algunos de estos aspectos, acabó asumiendo estos avances como tales, al menos aparentemente.
Las circunstancias, sin embargo, se han alterado en diferentes vertientes, generando un escenario donde muchos logros se están poniendo en riesgo. A los problemas de una sociedad inquieta ante la inseguridad económica y en la que la capacidad de reflexión política y movilización social parece haber venido a menos, se suma el surgimiento de una nueva derecha que proclama a los cuatro vientos su ausencia de complejos y su disposición a revertir muchos de los cambios realizados. Representada en un número creciente de influyentes dirigentes del PP, favorecida por el sensacionalismo que comienza a inundar el estilo político, amparada por medios de comunicación dispuestos a liderar la agenda, decididos a instrumentalizar etiquetas que no se corresponden con su práctica (por ejemplo cuando se invoca el liberalismo) o a apropiarse de símbolos que son comunes (por ejemplo, los asociados con la identidad nacional), la fuerza de este movimiento es ya notable.
En contraposición con el proceso vivido en el pasado reciente, antes que acompasar su discurso a la evolución social, la nueva derecha desea abiertamente protagonizar la inflexión involutiva, incorporando objetivos que hace pocos años resultaba imposible encontrar en los planteamientos declarados del centro-derecha institucional: una relectura dulcificadora del franquismo, el cuestionamiento frontal a las aportaciones del feminismo, el recelo frente al diferente, la reafirmación del autoritarismo y el hiperliderazgo en detrimento del debate y la ponderación, o, como estamos viendo en estos tiempos de crisis, la crítica exacerbada a las políticas de redistribución de la riqueza –por tímidas que sean- y al papel del la representación de los trabajadores. Esta nueva derecha, por otra parte, emerge al tiempo que en otros países se viven, con sus propias particularidades, dinámicas similares que convierten a partidos del sistema en fuerzas políticas con un potencial desestabilizador de importantes proporciones, dispuestos a aplicar políticas de derecha salvaje, sostenidas en el más puro y duro darwinismo social. Así convergen en su discurso desde el movimiento del Tea Party auspiciado por la Fox News, hasta el tándem Berlusconi-Bossi dispuesto a desvirtuar las instituciones democráticas, pasando por Sarkozy y sus deportaciones, los partidos de origen democristiano de media Europa cada vez con menos reticencias para pactar con fuerzas extremistas (con el precedente de Austria, como ejemplo), y, en lo que nos toca más de cerca, buena parte del PP marchando al son que toca una reforzada derecha mediática.
El escenario es, por lo tanto, preocupante, porque el viejo –casi diría respetable- conservadurismo amante del orden se está viendo drásticamente desplazado por un movimiento descarnado de arrogantes reaccionarios carentes de escrúpulos.

Publicado en Oviedo Diario, 18 de septiembre de 2010.