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17.12.10

MUCHO ESTÁ EN JUEGO


De las múltiples consecuencias que se derivan de la crisis económica en curso, la más inquietante es la terrible sensación de que pocas cosas se pueden hacer desde los gobiernos para tratar de frenar el deterioro de la situación. Se ha instalado –con pocas resistencias, todo hay que decirlo- la conciencia general de que autoridades públicas e instituciones se encuentran inevitablemente desbordadas por acontecimientos fuera de su alcance y que condicionan sus decisiones de forma determinante. Esta percepción conduce directamente al cuestionamiento del sentido, legitimidad e instrumentos del poder público, cuando el despliegue de su acción queda forzosamente constreñido a límites estrechos que no se imponen por decisión de la ciudadanía a la que se deben, sino por las fuerzas de los mercados financieros, cuyas formas de presión y expresión superan cualquier dinámica conocida hasta la fecha. Cuando Estados considerados sólidos y organizaciones internacionales cuya rigurosa trayectoria era respetada exhiben sus debilidades y su estupefacción ante las exigencias del mercado, las posibles soluciones colectivas ceden, a todos los niveles, frente a las reacciones individuales y se instala la impresión de que nada ni nadie (sistemas políticos, garantías legales o instituciones establecidas) tiene verdadera capacidad de respuesta. Esta tendencia no es resultado de un episodio pasajero, sino que ha calado de tal forma en una sociedad desgastada por las tensiones y por el impacto económico y emocional de la crisis que cualquier propuesta que apele al esfuerzo conjunto o al sentido de comunidad choca contra el escepticismo de quien siente la acuciante urgencia de lo propio. Curiosamente, pese a esa difuminación de los propósitos y las conquistas comunes, nunca estuvo tan vigente como ahora la necesidad de identificar intereses colectivos, en este caso los que conciernen a la mayoría social frente a las reglas de un mercado financiero que ha provocado un cortocircuito en la economía real hasta hace poco impensable, para beneficio de unos pocos (no obtiene ventaja el pequeño inversor o el poseedor de un plan de pensiones, precisamente).
En este contexto, cuando se analizan las opciones de las que se dispone para actuar, rápidamente surge, desde el pensamiento dominante, quien ordena la agenda de reformas que se presentan como obligadas por mucho desgarro que provoquen: estrangulamiento de todo gasto público, minoración de todos los estándares de protección social, desregulación del mercado laboral, retirada del Estado de todos los sectores productivos, privatización y liberalización en toda circunstancia, reducción de la progresividad fiscal, etc. Al mismo tiempo, se marcan las líneas rojas que, según se nos dice, no pueden ser traspasadas y, con la complicidad o la impotencia de gobiernos, otra clase de reformas, tan estructurales y de calado como las otras, pero de un sentido bien diferente, se nos describen, interesadamente, como supuestamente inalcanzables: establecimiento de tasas y controles a las transacciones financieras (también a nivel internacional), restricción de los márgenes de actuación de los mercados secundarios de deuda pública, limitación a los productos financieros derivados y los sostenidos sobre los riesgos de impago de créditos y deuda, medidas coercitivas frente a los paraísos fiscales (cuyo impacto en la estabilidad global es tan o más grave que el de cualquier Estado canalla, en terminología neocon) o recuperación para lo público de ciertas parcelas de poder económico cuyo abandono no ha resultado acertado.
Sea como sea, o domamos a los mercados financieros y establecemos unas reglas comunes, tan exhaustivas y severas como sea necesario, y unos organismos reguladores de la actividad económica suficientemente incisivos, o el sistema en el que hemos depositado cierta confianza corre el riesgo de desmoronarse como un castillo de naipes, imposibilitado para tener una mínima eficacia o para preservar los valores sociales en los que dice sostenerse.

Publicado en Oviedo Diario, 4 de diciembre de 2010.