¿NUCLEAR? NO, GRACIAS

Aparentemente, y si los contumaces no se salen con la suya, las cosas podrían haber cambiado a raíz del accidente nuclear de Fukushima, aún no resuelto y cuyas consecuencias todavía no se pueden precisar, más allá de la constatación de la existencia de grave contaminación radiactiva. Al igual que después de los accidentes de Three Mile Island (EEUU) y, sobre todo, Chernóbil (Ucrania), se adquirió globalmente una conciencia más viva de las amenazas que en materia de seguridad y protección del medioambiente representaba la energía nuclear, los acontecimientos que estamos viviendo tendrían que servir para contener las veleidades pronucleares tan en boga hasta hace bien poco. No sólo porque la eventualidad de que un fallo técnico, un error humano o una catástrofe natural pueda generar consecuencias impredecibles –lo que es, por sí mismo, argumento suficiente- sino también porque, contrariamente a lo que se pretende defender, la energía nuclear ni es limpia ni es inagotable. No es limpia porque los subproductos resultantes de la fisión nuclear mantienen su peligrosidad durante generaciones, y no es suficiente con mantenerlos durante décadas en almacenes temporales centralizados, que, además, como vimos en el reciente debate de España, poca gente quiere en su entorno (y parece difícil no comprender sus motivos). Y no es inagotable porque precisa del uranio, mineral que no es un recurso renovable, aunque se descubran nuevos yacimientos o se mejoren los procedimientos para su extracción.
Alcanzar algunas conclusiones sobre las importantes desventajas de la energía nuclear como hoy la conocemos no es precisamente complicado, y no es necesario ser un erudito en la materia para manifestar las reservas que uno tenga. Por otra parte, estos días hemos podido comprobar, no sin cierto asombro, como las opiniones de expertos divulgadas a través de los medios de comunicación, al calor de los sucesos que se viven en Japón, no son coincidentes, ni mucho menos. En el debate nuclear, la ciudadanía tiene pleno derecho a participar, conocer los riegos que comporta y a repeler legítimamente la pretensión –nada inocente- de reservar la facultad de decisión a “los técnicos”, cuando lo que está en juego es la protección de la salud a gran escala y el equilibrio medioambiental. Otra disyuntiva, ligada indisociablemente a ésta controversia, es la que reside en analizar si podemos admitir que el consumo de energía aumente inevitablemente, en toda circunstancia, y si realmente estamos dispuestos a disminuir la huella ecológica que dejamos en el planeta.
Publicado en Oviedo Diario, 26 de marzo de 2011.
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